«Psicosis: En la ducha, nadie escuchará tu grito», por M. Islas.

Una casona en penumbras que respira encierro, soledad y locura por los cuatro costados. Una mujer que pagará el precio que el cine le tiene reservado a las que buscan salirse del molde. Un Edipo no resuelto. Una escena que se convirtió en un clásico. Y el gran Alfred abriéndole la puerta por primera vez al terror psicológico y demostrando, de paso, porque es uno de los grandes directores de todos los tiempos.

Por Marcelo Islas

 

La famosísima escena de la ducha que Hitchcock filmó para Psycho (Psicosis, 1960), no es solo impactante por lo que sucede en ella, por su violencia, por el despliegue de ángulos que el director utilizó para realizarla (a una velocidad increíble, además), o incluso por la música de Bernard Herrman… Lo que realmente me impresionó la primera vez que la vi. –y todavía me impresiona– es que a media hora de haber comenzado la película, en aquella ducha del motel, bajo el grifo de agua hirviendo… ¡muere la protagonista! Y uno se preguntaba qué demonios estaba pasando hasta que, llenos de asombro, comprobamos como la historia se retuerce hasta depositar el protagonismo en Norman Bates (ese muchacho desgarbado, de claro potencial psicótico, encarnado por Anthony Perkins) y en un personaje que recién se nos descubrirá al final: la madre de Norman.

Pero volvamos a la escena en cuestión. Hitchcock, con su punto de vista desde dentro de la ducha, nos muestra la sombra de alguien que se acerca a través de la cortina… Marion no sabe que esa sombra es una amenaza, ya que apenas puede ver… En décimas de segundo, la cortina de la ducha se descorre y aparece alguien a quien creemos identificar con una anciana que apuñala a Marion una y otra vez. La víctima cae muerta y con su mano derecha arranca la cortina, la sangre corre por el desagüe y el plano tremendo del ojo sin vida de Marion mirando la nada…

En realidad, esta secuencia es mucho más que una simple escena: sencillamente es una obra maestra del cine de terror. Marion Crane es salvajemente asesinada con nueve puñaladas, pero el espectador, en cambio, recibe cincuenta… Creo que en este contraste de la percepción visual y la impresión emocional está la clave de ese mítico e inolvidable momento. Cada plano en ese baño responde a la más pura esencia del cine de Hitchcock, a su mirada a veces sádica sobre la mente humana, y –posiblemente– a su visión del castigo que para él debían recibir las mujeres que no se comportaran correctamente.

Una rubia debilidad

¿Qué fue lo que hizo la pobre Marion para cerrar su calendario de forma tan violenta? Pobre secretaria en Phoenix, Arizona, Marion Crane no puede casarse con su amante, Sam Loomis, por la sencilla razón de no tener un peso para hacerlo. El destino pone en sus manos 40 mil dólares en efectivo, que su jefe le confía para depositarlos en el banco. Marion decide apoderarse de esa suma para comenzar con Sam una nueva vida en California. Durante su huida, una violenta tormenta la obliga a detenerse por la noche en un motel solitario. El dueño, Norman Bates, un joven tímido que diseca pájaros como hobby, vive con su anciana madre en una casa próxima de estilo gótico. La muchacha renta una habitación y será en el baño de la misma que encontrará la muerte a manos de la siniestra silueta. Crimen y castigo según Hitchcock.

Pero hay más. Durante la cena que comparten Marion y Norman antes de que la joven se meta en el cuarto, podemos observar como el muchacho parece sentirse atraído por ella… Tal vez su forma de hablar, sus ganas de conquistar una vida mejor o ciertos gestos seductores despiertan en Norman sentimientos que sencillamente no puede permitirse sin que su madre se enfade por ello… Y a escondidas, a través de un pequeño orificio en la pared, verá como Marion se desviste y se apronta para la ducha. Las luces amarillas se encienden en el cerebro del dueño del motel. ¿O es en el cerebro de su mamá? Una mujer que se aventura sola por los caminos no puede ser otra cosa que una perdida. Crimen y castigo según la madre y el hijo.

Cometido el asesinato, Norman queda desolado al ver el cadáver pero, leal a su madre, limpia con frenética minuciosidad el baño y hace desaparecer el cuerpo de Marion y, sin saberlo, los 40 mil dólares, al empujar su automóvil dentro de un estanque. Mamá puede dormir tranquila.

A la sombra de la madre

Como ya lo había hecho en Rebecca varios años antes, Hitchcock hilvana la segunda parte del film gracias a un personaje al que no vemos pero cuya presencia en la trama no puede disimularse: la madre. Apenas la inferimos como una sombra en la ventana de la casa y en contadas oportunidades escucharemos su voz chillona dirigiéndose a su hijo. Sólo al final sabremos que ver al muchacho es ver a Norma Bates, la mujer que le transfirió una pesada carga desde la misma elección de su nombre. En los últimos minutos de la película, el doctor Richmond explica que Norman es un maníaco homicida que conservó el cuerpo embalsamado de su madre en la casa y que, en su esfuerzo por negar su matricidio, asumió su identidad, tras envenenar, ocho años antes a aquélla y a su amante.

La explicación final del psiquiatra sólo confirma lo que ya sabemos: que Norman Bates está alienado y por ello ha cometido un número de asesinatos que no se puede fijar. ¿Pero cómo ha llegado a ese terrible estado? ¿Puede una madre odiar tanto a su hijo que destruya de tal modo su vida?

Pero por otro lado, ¿es Norman Bates un pobre hombre que está dominado por su madre y que llegará a extremos alucinantes simplemente porque tiene una dualidad en su cabeza? Lo que quiere y lo que piensa él, ¿es lo que quiere y piensa mamá? Si bien parece no reprimir el odio hacia su progenitora y rebelarse interiormente contra ella, ¿por qué acepta su papel y actúa contra su propia voluntad?

Creo que podemos aventurar la hipótesis de que el personaje de Norman Bates (me refiero a su construcción psicológica, no a sus acciones) está basado en H. P. Lovecraft: un hombre solitario, enfermizo, con una fuerte carga emocional producto de su atormentada infancia al lado de una madre neurótica por el abandono de su marido, que en represalia a su odio contra los hombres, descarga en su hijo sus múltiples insatisfacciones hasta el grado de no dejarlo desarrollar su propia vida, manteniéndolo siempre “pegado a sus faldas”. Robert Bloch, el autor de la novela original, tenía a Lovecraft al tope de la lista de sus autores más admirados.

Tratando de reconstruir la vida de Norman Bates, tenemos como punto de partida a una mujer que fue abandonada por su marido con un hijo pequeño, al cual tuvo que sacar adelante sola. Norma Bates concibe un odio irracional hacia los hombres, transmitiendo su neurosis a su hijo al someterlo a una relación de dominación total. De hecho, impide su crecimiento mental “al martirizarlo con sentimientos de culpa, pues para lograr esta sumisión, lo ha educado con la creencia de que si algún día llega a abandonarla por otra mujer (al igual que lo hizo su padre), algo terrible sucederá”. (1) La escena de la cena de Norman con Marion, cuando ésta insinúa que tal vez debería encerrar a su madre en un malcomió, deja traslucir esta idea de dependencia: si bien en un primer momento Norman se queja de la dominación, ante la posibilidad de romper esos lazos su mente se desboca, pues no puede ya concebir la vida sin la relación con su madre.

Además, no podemos olvidar que Hitchcock omite un factor fundamental que la novela de Bloch nos presenta explícitamente: la religión. La madre de Norman es una mujer frustrada sexualmente, que se refugia en la religión “como una forma de evasión a sus pulsiones y transmite a su hijo la idea de que todo lo funesto de esta vida es consecuencia de excesos en el sexo, lo cual es un gran pecado”. (2) Sin embargo, “esta visión enfermiza de lo sexual conlleva una realidad mucho más depravada que la que se acusa: el incesto. La madre, al volcar todo su afecto en el hijo, ha propiciado un desarrollo torcido del complejo de Edipo, término psicoanalítico desarrollado por Freud para explicar la temprana atracción del niño hacia sus padres, el cual en la mayoría de los casos se supera con facilidad”. (3)

En una de las mejores secuencias de la película, Lila Crane entra a la casa Bates en busca de la madre de Norman para interrogarla sobre el paradero de su hermana y, sin palabras, la cámara se convierte en nuestra mirada al recorrer las viejas habitaciones: la escalera; un cuarto de baño que parece salido de una estampa del siglo XIX; la habitación de la anciana madre donde se respira una atmósfera fuera del tiempo; la propia recámara del muchacho, llena aún de juguetes, con la cama de niño donde todavía duerme el hombre, con libros cuyos títulos no conocemos pero cuya naturaleza se insinúa con la azorada mirada de Lila al abrir uno que jamás se muestra en pantalla. En su recorrido, la cámara ha reflejado las tres personalidades que se encierran en la mente de Norman: la del adulto con motivaciones sexuales, la del niño que reprime esos impulsos y la de la propia madre.

Es de imaginar que, durante los largos años en los que Norman Bates vive solo con el cadáver disecado de su madre, todas sus manías se han exacerbado. Su sexualidad reprimida sólo se permite ser satisfecha por medio de la observación, del voyeurismo. Para esto, tiene un agujero en la pared de su oficina que va a dar a la habitación contigua. Gusta de mirar a las escasas jóvenes bellas que paran en su motel, a las que deliberadamente les proporciona ese cuarto con el objeto de espiarlas. Cuando Marion Crane decide alojarse, Norman titubea ante el manojo de llaves para decidirse por fin a entregarle la correspondiente al número 1. Tras la cena con la muchacha, que ha exacerbado sus deseos, la observa mientras se desnuda para tomar un baño. Y es entonces cuando convergen las múltiples personalidades de Norman: el hombre se siente excitado ante el cuerpo desnudo de la muchacha, pero el niño sabe que eso es pecado, que la mujer es mala porque lo ha tentado con su cuerpo y debe ser destruida. Pero ese ser infantilizado es demasiado débil como para llevar a cabo una empresa de esa magnitud, y debe ser por consiguiente la madre la que lo libre de esos terribles males, la que mate a la perra que lo ha perturbado.

Mamita querida

El psiquiatra que da su diagnóstico al final no logra captar en su totalidad la horrorizante situación en que ha quedado el protagonista. En su primera declaración, menciona que su madre es la que siempre ha matado a las mujeres que lo trataban de pervertir o a quien trataba de hacerle algún daño. Pero su realidad última es aún más escalofriante: las tres personalidades de Norman se han fundido en una sola, en la de la madre. Pero es una madre buena e inocente, que ha sido víctima de un niño malo que mató a su amante y desenterró el cadáver, y de un hombre malo que la tenía encerrada y que, dominado por sus sucios deseos, mataba a las mujeres. Ella, la madre, es inocente, “incapaz de matar una mosca”, según el libro de Bloch.

De un horror psicológico refinado que logra envolver al espectador, las soberbias escenas de Psicosis crean un lazo de simpatía con los personajes, primero con Marion, luego con Norman. Y tal vez en este punto se evidencia el macabro sentido del humor de Hitchcock, al hacernos sentir que lo sucedido con Norman puede pasarle a cualquiera de nosotros. Como diría el mismo Bates, “creo que todos nos volvemos un poco locos, a veces”.

 

NOTAS

  1. El oscuro mundo de Norman Bates. Lic. Lenina M. Méndez. España, 1999.
  2. Ibid.
  3. Enciclopedia de la psicología. Lic. Carlos Gispert. Océano, Barcelona, 1983, p. 7
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