«Mis eternas escenas del cine (I)», Por Marcelo Islas

EL CAMAROTE – («Una noche en la Opera», de Sam Wood, 1935)

Protagonizada por Groucho, Chico y Harpo Marx, la película es una sátira del mundo de la ópera, en la que los hermanos ayudan a dos cantantes enamorados mientras planean y ejecutan el modo de boicotear al soberbio y arrogante tenor en su primera actuación en la representación de Il Trovatore. Obra genial e irrepetible de los Marx —y aunque el film está repleto de frases geniales y ocurrentes— presenta su escena más famosa: la del camarote en el barco, una referencia mítica al despropósito y al humor con mayúsculas. Imprescindible para conocer a estos reyes del absurdo, de los juegos de palabras, de los dobles filos, de la desvergüenza y de la acción surrealista que pasaron a la historia por sus frases atemporales y su modo único de catapultar a lo más elevado el género de la comedia. Una escena ideal para ver cuando el ánimo de uno se encuentra en el quinto subsuelo.

 

EL DISCURSO – («El gran dictador», Charles Chaplin, 1940)

De manera visionaria, cuando recién comenzaba la II Guerra y todavía no se conocían los horrores del nazismo, el más grande clown y la personalidad más querida de su tiempo, retó al hombre que habría de sembrar más maldad, miseria y muerte que cualquier otro en la Historia de la humanidad. En su primer film hablado, Chaplin se despide del personaje del Vagabundo (y del cine mudo) cuando al final de la película sorprende con un discurso tremendamente emotivo que se convierte en una llamada a la humanidad en general para acabar con las dictaduras y usar la ciencia y el progreso para hacer del mundo un lugar mejor. “¡Mira a lo alto, Hannah, al alma del hombre le han sido dadas alas y al fin está empezando a volar, está volando hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro, un glorioso futuro, que te pertenece a ti, a mí, a todos! ¡Mira a lo alto, Hannah, mira a lo alto!”, dice Chaplin. Entonces —antes de que se cierre la pantalla— Hannah dirige la mirada al cielo con esperanza. Y con ella, todos nosotros.

 

AEROPUERTO Y FINAL – («Casablanca», de Michael Curtiz, 1942)

Un final subversivo, opuesto a lo que mandan las convenciones de las películas de amor. Un final que probablemente sea la causa del éxito del film. Nada de «Happy End». Rick dejando partir a la mujer que ama porque prioriza los males del mundo (plena II Guerra Mundial) por sobre su felicidad. Ilse y Victor Laszlo (su marido y líder de la resistencia europea contra los nazis) parten rumbo a Lisboa. Rick, como apresado en su triste destino, se queda en Casablanca. Y Louis, ese adorable militar corrupto, en lugar de detenerlo, decide proteger al hombre que acaba de asesinar al oficial alemán para facilitar la huida. Aconsejándole que huya por un tiempo, se va caminando con él atravesando la niebla de Casablanca, mientras escucha de labios de Rick una de las frases más famosas de la historia del cine: “Louie, I think this is the beginning of a beautiful friendship” (Louie, creo que este es el comienzo de una hermosa amistad).

 

FALDAS ARRIBA – («La comezón del séptimo año», de Billy Wilder, 1955)

Una escena que se filmó dos veces: la primera toma fue en la Avenida Lexington de Manhattan, en la calle 52, y fue inservible debido al ruido de la muchedumbre que presenciaba la grabación. La segunda se hizo en un estudio. Aunque usadas en ediciones posteriores de la película, las escenas en las que el vestido de Marilyn subía claramente por encima de su cintura fueron borradas por los encargados de la censura quienes las consideraron inapropiadas. Toda una revolución para la época y para la historia y la más inmortal de las imágenes de Marilyn Monroe, que mostraba sus piernas jugando con el viento de una rejilla del subte de New York. “¿Sientes la brisa del metro, no te parece deliciosa?”, dice Marilyn, mientras el viento le levanta el vestido blanco hasta la cintura. Ella sonríe y el momento se congela para siempre. El que no sonrió fue Joe DiMaggio, beisbolista y entonces marido de la actriz, quien solicitó el divorcio luego de haber presenciado “la toma más indecente que se pudo concebir jamás”.

 

EN LA DUCHA – («Psicosis», de Alfred Hitchcock, 1960)

Impactante. Por lo que sucede, por la violencia, por la edición de planos a toda velocidad y por la música de Bernard Herrman. Y porque a la media hora de película… ¡matan a la protagonista! Hitchcock se carga a la estrella y —como decía el crítico y erudito hitchcockiano Donald Spoto: “A partir de ahí no podemos ir a ninguna parte si no es siguiendo a Norman”. Norman Bates, el icono psicótico encarnado por Anthony Perkins. Cada plano en ese baño responde a la esencia del cine de Hitchcock, a su visión a veces tan sádica de la mente humana. Y a su extrema sensibilidad, culminando en esa mirada brillante, (“la mirada fija de Marion muerta daba la ilusión de la vida”), preciosa en todo su horror, de Janet Leigh asesinada en la ducha. Una secuencia que demoró siete días en ser rodada y para la que se utilizaron setenta posiciones de cámara para un total de cuarenta y cinco segundos de película. A partir de esta escena, ya sabemos que en ese motel hay algo que no funciona, algo enfermizo y oscuro.

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Redacción RN

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